lunes, noviembre 25, 2024

Hoy celebramos el aniversario número 25 de un clásico animado inigualable, El Gigante de Hierro (The Iron Giant, 1999).

En 1968, el poeta inglés Ted Hughes publicó la novela The Iron Man, un “cuento de hadas moderno” dedicado a sus pequeños hijos. Décadas más tarde, Pete Townshend –guitarrista de The Who– tomó este material como base para crear un álbum conceptual, The Iron Man: A Musical, editado en 1989. Mientras tanto, el animador Richard Bazley intentaba convencer a Don Bluth con su propia adaptación. Delineó una historia y diseñó varios personajes, pero el experimentado director, guionista y productor decidió dejar pasar el proyecto. 

La obra de Townshend llegó a los escenarios de Londres, y Des McAnuff, quien ya había tenido la oportunidad de adaptar Tommy, pensó que podría convertirse en una gran película. Así, los derechos fueron adquiridos por Warner Bros. Entertainment que, en medio del proceso, allá por 1996, creyó que sería la oportunidad perfecta para el debut cinematográfico de Brad Bird, quien se encontraba trabajando en una compañía subsidiaria, desarrollando Ray Gunn: un film noir futurista que quedó trunco.

Después de leer el libro de Hughes, Bird quedó impresionadísimo con la mitología del relato y, como si fuera poco, WB Animation le otorgó una inusual libertad y control creativo sobre lo que sería El Gigante de Hierro (The Iron Giant, 1999). Esto le permitió al director introducir dos nuevos personajes que no forman parte de la historia original –Dean McCoppin y Kent Mansley–, ambientarla en los Estados Unidos y descartar las ambiciones musicales de McAnuff y Townshend (productores del film), este último para nada preocupado… mientras le firmaran el cheque correspondiente.  

La idea que Bird le presentó al estudio giraba alrededor de la premisa: “¿Qué pasaría si un arma tuviera alma?”, además de incluir su deseo de situar la película en la década del cincuenta: “Maine luce como una idílica obra de Norman Rockwell en el exterior, pero por dentro todo está a punto de hervir. Todo el mundo tenía miedo de la bomba, de los rusos, del Sputnik, incluso del rock & roll, pero quedaba enmascarado bajo una falsa sonrisa de sitcom americana. Este es el entorno perfecto para lanzar un robot de 15 metros de altura”, comentó el cineasta. 

El Gigante de Hierro 2
WB

Tim McCanlies fue contratado para escribir la historia definitiva, y a pesar de su disgusto inicial por tener que lidiar con otro guionista, Bird cambió inmediatamente de idea cuando leyó el borrador (aún sin producir) de Dos Viejos Cascarrabias (Secondhand Lions, 2003). Uno de los cambios que introdujo McCanlies fue sobre el final de la historia de Bird, donde originalmente Estados Unidos y la Unión Soviética se encontraban en guerra y –spoiler alert– el Gigante perecía, agregando una breve escena donde se mostraba que había sobrevivido: “No podés matar a E.T. y luego no traerlo de vuelta”, afirmaba el guionista, en comparación al clásico personaje de Steven Spielberg con quien el Gigante de Hierro tiene varios puntos en común. 

A McCanlies le dieron tres meses para completar el guion debido al apretado cronograma (y presupuesto) del estudio, pero el escritor logró hacerlo en solo 60 días, dejando de lado, y a propósito, cualquier interrogante sobre la historia de fondo y origen del robot para concentrarse en su relación con el pequeño Hogarth. Lo más complicado para Bird fue combinar los diferentes elementos del relato, que cruza la paranoia representada en las películas de ciencia ficción de la época con la inocencia de cintas como El Despertar (The Yearling, 1946), además de ese tinte antibélico e individualista que no pretende demonizar a los militares. 

El Gigante de Hierro fue la primera película animada en forma tradicional en tener como protagonista (el gigantón del título) a un personaje generado completamente por computadora. Para fusionar ambas técnicas, los realizadores contaron con un programa que dotó al robot de líneas levemente onduladas, con el fin de emparejar las imperfecciones que se dan naturalmente cuando la animación está hecha a mano.

A pesar de su bajo presupuesto (un total de 70 millones de dólares) y las buenas críticas recibidas, El Gigante de Hierro se convirtió en todo un fracaso de taquilla cuando llegó a los cines de Los Ángeles el 4 de agosto de 1999. Pero el tiempo le dio la razón, transformándola en un clásico de culto y una de las mejores películas (animadas) de todos los tiempos. 25 años después, “Tú eres lo que eliges ser”, resuenan en la mente del Gigante y en nuestro niño interior. 

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El Gigante de Hierro 3
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¿De qué se trata El Gigante de Hierro?

Es octubre de 1957 y estamos en plena Guerra Fría. La Unión Soviética acaba de poner en órbita el Sputnik I –el primer satélite artificial de la historia– y la pequeña comunidad de Rockwell, en Maine, se ve sacudida por la llegada de un enorme robot caído del espacio exterior. Es Hogarth Hughes, un curioso pequeñín de apenas nueve años, quien descubre al amnésico y bonachón gigante de hierro en medio del bosque, con quien entabla una particular amistad al salvarlo de la electrocución. Con la ayuda de Dean McCoppin, un artista y chatarrero, el nene intentará mantener a su nuevo amigo fuera del alcance de Kent Mansley, un paranoico agente del gobierno que llega a la ciudad con la intención de encontrar a este “enemigo mortal” y destruirlo cueste lo que cueste, sin importarle si pone en peligro al resto de la población.

Algunos datos curiosos

  • A diferencia del relato original, el film está ambientado en 1957, año del nacimiento de Brad Bird. 
  • Excluyendo sus gritos y gemidos, el Gigante de Hierro (con la voz original de Vin Diesel) solo pronuncia un total de 53 palabras. 
  • La antena de TV masticada por el robot es una clara referencia a los “Metal-Munching Mice” de Rocky and Bullwinkle.
  • Los maquinistas que Kent interroga son caricaturas de Frank Thomas y Ollie Johnston, dos clásicos animadores de Disney. 


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Jefa de redacción. Nolaniana incurable. DC me da y me quita.