Reflexionamos sobre los recientes comentarios de Joe Russo sobre la industria cinematográfica y su futuro.
Dicen que “Cualquier publicidad es buena publicidad”, sobre todo cuando tu película no viene bien parada ante la crítica. Estado Eléctrico (The Electric State, 2025) llegó al catálogo de Netflix el pasado 14 de marzo con la ‘etiqueta’ de ser la producción más cara en la historia de la plataforma (320 millones de dólares); a primera vista, un despropósito, si tenemos en cuenta que este estreno no va a pasar por las salas de cine.
La nueva cinta dirigida por los hermanos Anthony y Joe Russo –los mismos de Avengers: Infinity War (2018) y Avengers: Endgame (2019)– es una comedia de aventuras y ciencia ficción basada en la novela gráfica homónima creada por Simon Stålenhag; protagonizada por un gran elenco de estrellas, liderado por Millie Bobby Brown, Chris Pratt, Ke Huy Quan, Jason Alexander, Woody Harrelson, Anthony Mackie, Brian Cox, Jenny Slate, Giancarlo Esposito y Stanley Tucci.
A pesar del espectáculo visual, la película no convenció a los críticos. Por lejos, la peor producción reseñada en la carrera de los Russo, por debajo de Cherry (2021) y El Hombre Gris (The Gray Man, 2022). Aunque tampoco caló en la audiencia: Estado Eléctrico debutó con 25,2 millones de visualizaciones, mucho menos que El Hombre Gris, Damsel y Atlas; lo que, seguramente, la va a dejar por fuera del top 10 de las películas originales más vistas de la plataforma de streaming.
Tenemos que ser sinceros y admitir que es un verdadero fracaso, uno más para la dupla que pronto volverá a su ‘zona de confort’ con Avengers: Doomsday (2026) y Avengers: Secret Wars (2027). Pero el éxito acumulado –casi 6.800 millones a nivel mundial gracias a sus aportes al MCU– no parece ser suficiente para Joe Russo quien, desde hace varios años, viene llenando titulares con sus dichos un tanto controvertidos y poco cinéfilos.
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Partamos de la base de que el bueno de Joe (¿?) nunca superó las críticas de Martin Scorsese –un verdadero defensor del séptimo arte–, allá por 2019, cuando (con mucha razón) se pronunció contra las películas de Marvel, por imponer un fuerte control sobre la exhibición cinematográfica y marginar del mercado general a esas películas de presupuesto medio y contenido ‘más adulto’. El tiempo le dio la razón a Scorsese… mientras los Russo pasaron sus últimos años realizando proyectos carísimos y de dudosa calidad para la plataforma digital.
Queda claro que para Joe los números de taquilla son importantes (¿se acuerdan del video del perrito, ‘burlándose’ de Marty?), pero el prestigio y el reconocimiento también lo son; una validación esquiva por parte de la industria y de organizaciones como la Academia, poco interesadas en las historias de superhéroes, al menos, las más genéricas. Podríamos decir que al Oscar no le interesan los blockbusters en general, como afirma Russo cada vez que le ponen un micrófono cerca, pero estaríamos siendo desacertados. Y acá es donde debemos sumergirnos en las últimas diatribas del realizador.
Más allá de defender el uso de la inteligencia artificial en su última película (un tema delicado para gran parte de la industria), Joe Russo declaró recientemente que el verdadero responsable de la falta de reconocimiento a las superproducciones en premiaciones como los Oscar… es Harvey Weinstein. Según el cineasta, Weinstein provocó un cambio de paradigma a partir de la década del noventa y el éxito de las producciones de Miramax, “impulsando una narrativa que marginó a las grandes producciones en favor de las llamadas ‘películas de arte’”.
Weinstein, quien cumple varias condenas por acoso sexual y conducta, es responsable de muchos momentos oscuros de la industria cinematográfica, pero incluso sus ‘campañas sucias’ durante las temporadas de premios, también ayudaron a visualizar ese otro cine, más independiente y de bajo presupuesto, que hoy compite de igual a igual con los grandes estudios. Gracias a estos personajes lo indie se convirtió en mainstream, rompiendo sus propios récords de taquilla.
En la entrevista que Russo dio para The Sunday Times, declaró que el desprestigio de los blockbusters en la temporada de premios se debe a una estrategia promovida por Weinstein: “Denigró las películas convencionales para impulsar las cintas de arte que promovía en sus campañas para el Oscar”, agregando que, antes de los años noventa, las cintas populares solían ganar los galardones importantes, antes de que el ex productor cambiara la percepción del público y de la industria.
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Uno se podría preguntar qué tiene de malo que producciones más chicas e independientes como Anora (2024), Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo (2022) –curiosamente, producida por los hermanos Russo–, Parasite (2019) o Moonlight (2016) se alcen con la estatuilla dorada, cuando una de las grandes funciones de estos premios es convertirse en una vidriera para este tipo de historias y cineastas. Según Joe, las audiencias también perciben los premios de otra manera “porque la mayoría no ha visto las películas nominadas. Estamos en un lugar complicado. En vez de disfrutar colectivamente algo, terminamos peleando entre nosotros”.
No sabemos a qué pelea se refiere, pero queda claro que a Russo solo le interesa la validación de las grandes producciones (¿o serán sus grandes producciones?), según él, marginadas por la Academia; una declaración un tanto extraña cuando la gran triunfadora de la temporada 2023-2024 resultó ser Oppenheimer, un blockbuster que recaudó casi mil millones de dólares y recuerda a esas ganadoras de antaño. En un punto, le podemos dar la razón: hasta bien entrado el nuevo milenio, casi todas las ganadoras del Oscar a Mejor película eran éxitos de taquilla como Rain Man (1988), El Silencio de los Inocentes (1991), Forrest Gump (1994), El Paciente Inglés (1996), Titanic (1997)… Una tendencia que no cambió en los dos mil con Gladiador (2000), El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey (2003), Slumdog Millionaire (2008), El Discurso del Rey (2010)…
Desde entonces, los buenos blockbusters siguen encontrando su lugar entre los nominados –Avatar, El Origen, Toy Story 3, Mad Max: Furia en el Camino, Misión Rescate, Dunkirk, Duna, Pantera Negra, Guasón, Barbie, Top Gun: Maverick, Wicked y un larguísimo etcétera–, gracias (también) a la expansión de la categoría en 2009; pero el cuerpo de votantes, además, se fue modificando, y una membresía más variada, inclusiva e internacional, hoy, es la responsable de elegir a ganadores que se salen un poco de la norma para celebrar todo tipo de historias y producciones.
Pero sí hubo un cambio drástico en la “percepción”. Esos blockbusters adultos de los años ochenta y noventa que atraían al público a las salas y ganaban premios hoy casi ya no existen, en parte, por culpa de Marvel (lo que decía Scorsese sobre acaparar el mercado) y la mentalidad de los grandes estudios que sólo deciden invertir y explotar sus franquicias y propiedades intelectuales, arriesgándose muy poco por la visión de otros cineastas y cintas de mediano presupuesto; las que terminan perdidas en el catálogo de las plataformas de streaming, supeditadas a los caprichos del algoritmo.
Como en todo, debe haber un equilibrio. La industria necesita del éxito de las grandes producciones, incluidas las de Marvel, pero no a expensas de los proyectos más chicos, ‘artísticos’ y personales. Ya lo dijo el guionista y director Cord Jefferson en su discurso de agradecimiento a Mejor Guion Adaptado por American Fiction: “La industria es reacia a tomar riesgos” y sugirió que, en lugar de hacer una película de 200 millones de dólares, los estudios deberían distribuir esos recursos y asegurar el espacio para voces nuevas y audaces. “Intenten hacer veinte películas de 10 millones de dólares o 50 películas de 4 millones de dólares”; un buen punto a tener en cuenta, mucho más cuando vemos lo que Anthony y Joe Russo hacen con un presupuesto ilimitado.
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