Hace unos días nos enfocamos en la situación de los cines y su lenta recuperación post-pandemia; los problemas que generó el cierre de las salas alrededor del mundo y los nuevos paradigmas de exhibición y distribución que, en muchos casos, favorecieron el crecimiento del streaming. Durante los primeros meses de aislamiento, los servicios on demand vivieron su “período de vacas gordas”, captando nuevos suscriptores a lo loco. También fue el escenario ideal para que los estudios y productoras se animaran a lanzar sus propias plataformas, saturando un mercado cada vez más competitivo.
Podemos decir que –a mediados de 2020– el streaming vivía su mejor momento, pero a puertas cerradas la situación era muy distinta. La pandemia también obligó a frenar la realización de sus producciones originales, aunque marcas establecidas (y precavidas) como Netflix se aseguraron de colmar sus catálogos de series, películas, realities y documentales, tanto propios como ajenos. En este rejunte se destacan los productos de diferentes latitudes y algunas cintas de alto perfil que las compañías vendieron al mejor postor, a sabiendas que no encontrarían su público en los pocos cines abiertos alrededor del mundo.
La audiencia en cuarentena buscó escapar de la realidad y, al comienzo, fue poco exigente a la hora de darle clic a los contenidos. Es más, el “rewatch” de series clásicas y no tanto fue el boom de esos primeros meses, favoreciendo las bibliotecas de servicios como Prime Video, Disney+, la N roja y flamantes plataformas como HBO Max. Pero cuando el público se cansó de maratonear Game of Thrones y The Office por enésima vez, empezó a buscar productos originales y las nuevas temporadas de sus series favoritas, que ahora llegarían con retraso.
Tampoco hay que olvidar que este nuevo panorama –cada vez más plagado de opciones, promociones y paquetes– se desarrolló a la par de una creciente crisis económica (local y global) que afectó a todos por igual: los estudios, productoras, estos mismos servicios y el bolsillo del cliente que tuvo que elegir entre tanta oferta. Por primera vez en su historia, Netflix registró una pérdida de suscriptores (y una baja en sus acciones) que se siguen acumulando hasta el día de hoy. HBO Max y Prime Video continúan apostando por las grandes producciones como La Casa del Dragón (House of the Dragon) y El Señor de los Anillos: Los Anillos de Poder (The Lord of the Rings: The Rings of Power), pero a costa de cancelaciones y despidos en masa dentro de sus oficinas. ¿Llegó el período de vacas flacas?
Ustedes eran muy chicos, pero a mediados de la década del noventa el cable era nuestro mejor amigo. Más de 70 canales –incluidos los paquetes de HBO y Moviecity– a un precio módico, en su idioma original y con el agregado de una revista guía donde encontrabas todos sus contenidos destacados. ¡El paraíso del televidente! Con el paso del tiempo, justo para la llegada del nuevo milenio, este formato también entró en crisis y se tuvo que adaptar: los mejores canales desaparecieron de la grilla básica para convertirse en “premium”, el castellano neutro se adueñó de las series y películas, y las tandas publicitarias de más de 20 minutos nos obligaron a plantearnos la necesidad de seguir pagando por un servicio que hoy parece redundante.
Para el usuario poco exigente (muchos de ellos adultos mayores) alcanza y sobra, pero no para el resto. Las plataformas de streaming vinieron para ocupar y llenar ese lugar de exclusividad y diversidad, además de sumar nuevos hábitos de consumo (cuando yo quiero, donde yo quiero). Les tenemos noticias: este oasis televisivo también está empezando a mutar. Para lidiar con los costos y ofrecer alternativas más accesibles para el consumidor, muchos servicios on demand ya achicaron sus catálogos o planean hacerlo para el futuro cercano (siempre dependerá de los paquetes), deshabilitaron las descargas y/o proyectan sumar espacios publicitarios, esos mismos que arruinaron al cable.
Estas medidas también se extienden a los contenidos originales, cada vez más acotados. Cada plataforma tiene su “tanque” de cabecera donde enfoca su atención y su presupuesto y, una vez más, las producciones más chicas y de “autor” son las que se verán afectadas. ¿La alternativa? Servicios como Apple TV+, una gran usina de producciones donde la calidad pesa más que la cantidad. Esta puede ser una receta a seguir, pero algo nos dice que la fórmula contraria funciona mejor para la mayoría. En esta batalla (¿o ya es una guerra?) el usuario tendrá la última palabra a la hora de decidir dónde poner su inversión –de tiempo y dinero– y elegir aquella o aquellas plataformas que más se ajusten a sus gustos y necesidades.
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